REFERENTES ÉTICOS Y PROCESOS INDISPENSABLES
La Constitución de la República Bolivariana de Venezuela afirma
como valores superiores del Estado, determinantes de su ordenamiento jurídico y
su actuación: la vida, la libertad, la justicia, la igualdad, la solidaridad,
la democracia, la responsabilidad social y, en general, la preeminencia de los
derechos humanos, la ética y el pluralismo político. Estos valores se traducen
en fines esenciales: la defensa y el desarrollo de la persona y el respeto a su
dignidad, el ejercicio democrático de la voluntad popular, la construcción de
una sociedad justa y amante de la paz, la promoción de la prosperidad y el
bienestar del pueblo. Tales valores y fines refieren a lo que somos, pero sobre
todo a lo que queremos ser como sociedad; no en balde se plantean como procesos
fundamentales para alcanzar estos fines a la educación y el trabajo.
Toca entonces a la educación la inmensa responsabilidad de
construir y prefigurar la sociedad que queremos ser. Pero esa construcción
colectiva no puede ser resultado de una mera prédica, pues “(…) somos en razón
de nuestra historia y nuestros productos, pero especialmente del sentido
colectivo que estos tienen para sus creadores. Es decir, somos en función de
nuestras prácticas y del significado colectivo que ellas adquieren” (Portal y
Aguado, 1991: 32). El cambio en nuestras maneras de vivir en común, la garantía
de prácticas sociales de respeto, libertad, igualdad, justicia y convivencia, deben
partir de la vivencia consciente de nuevas relaciones. No puede aprenderse a
participar sino participando, a convivir sino conviviendo. Para prefigurar una
sociedad justa y amante de la paz, necesitamos una escuela justa y amante de la
paz en todas sus dimensiones: en la clase, los recesos, la organización, las
rutinas, así como en las relaciones entre estudiantes y docentes, entre docentes,
con el personal directivo, con las familias y la comunidad.
Este punto de vista es ampliamente compartido, como se desprende
de la Consulta Nacional por la Calidad Educativa (2014), cuyo informe señala
que: “(…) todos los sectores de la sociedad reconocen que la escuela pudiera
ser un lugar agradable y tranquilo, donde los y las estudiantes se sientan
cómodos y queridos, donde aprendan valores para la vida”, aunque como también
recoge el informe: “las personas encuestadas señalan que muchas veces no es
así”. La consulta indica el reconocimiento del esfuerzo de muchos y muchas
docentes por hacer de la escuela una experiencia gratificante y formadora; sin
embargo se plantea la preocupación de familias y consejos educativos ante la
actitud pasiva e indiferente de muchas escuelas y docentes que parecen ignorar
los problemas de las y los estudiantes, sus familias y su entorno. Las
propuestas de la consulta coinciden en la necesidad de aprender desde la ternura,
desde el ejemplo, desde la curiosidad, desde el amor; aprender desde la
convivencia, la participación, el ejercicio de la ciudadanía, los derechos
humanos, el diálogo, el respeto por la diferencia. Coinciden también en
aprender a valorar el trabajo y la necesidad de que niños, niñas y jóvenes
experimenten la actividad manual, el compromiso y la responsabilidad, así como
en la necesidad de fomentar el amor a la patria y que las y los estudiantes
puedan asumir como propias las virtudes republicanas.
Esta idea de “aprender desde (…)” apunta a que las y los
estudiantes tengan en la escuela la oportunidad de estar inmersos en los
principios y valores, a que tengan la oportunidad de experimentarlos, de
vivirlos y reflexionar sobre ellos. Se trata más, por ejemplo, de vivir y
aprender en un ambiente de respeto y aceptación mutua, que de dar una clase o
impartir una lección sobre el respeto y la aceptación mutua. Dicho de otra
manera, el tratamiento que se plantea en esta propuesta de transformación curricular
es que los principios y referentes de vida sean integrados como experiencias
indispensables que contribuyan a la construcción reflexiva de un sistema de
valores asumido como guía para la acción en las diversas facetas de la vida.
Sobre los referentes éticos y procesos indispensables es
necesario apuntar que:
1.
Abarcan todos los aspectos de la vida del plantel, deben estar
integrados a la organización y el funcionamiento, a la forma en que se trabajan
las áreas, a las rutinas, a las actividades comunes y a las relaciones entre
todos los que participan
en
la vida escolar: docentes, directivos, estudiantes, trabajadores
administrativos y
obreros,
familias, comunidad.
2.
Deben integrarse como dimensiones permanentes, prolongadas en el
tiempo. No es que a veces seamos solidarios o que esta semana apreciaremos la
diversidad humana, sino que la cultura escolar esté impregnada de práctica
solidaria y de aprecio
3.
Deben ser evaluados en el conjunto de los procesos escolares y
las prácticas pedagógicas y no solo en el comportamiento de las y los
estudiantes. El liceo y la escuela técnica (y en general todos los centros
educativos de todos los niveles y modalidades) deben preguntarse continuamente
si las actividades escolares son o no (o hasta qué punto son) coherentes con
los referentes éticos y los procesos indispensables.
4.
Tienen que ser objeto de reflexión de todos quienes participan
en la vida escolar
y,
por tanto, tienen que propiciarse las oportunidades para que individual y
colectivamente todas y todos tengan la oportunidad de elaborar y compartir sus
propias aproximaciones sobre estos referentes, ampliándolos e interpretándolos,
para que puedan servir de guía ética efectiva para pensar y autoevaluar sus
acciones.
5.
Deben tener una traducción en cada área de formación, tanto en
forma de recomendaciones metodológicas como en los contenidos. En este sentido
son transversales a todo el currículo.
Para la selección de los referentes éticos y procesos
indispensables, tomamos como base los principios constitucionales (la
prefiguración de la sociedad que queremos ser), enfatizando los elementos
educativos implícitos en ellos:
1.
Educar con, por y para todas y todos
2.
Educar en, por y para la ciudadanía participativa y protagónica
3.
Educar en, por y para el amor a la Patria, la soberanía y la autodeterminación
4.
Educar en, por y para el amor, el respeto y la afirmación de la
condición humana
5.
Educar en, por y para la interculturalidad y la valoración de la
diversidad
6.
Educar en, por y para el trabajo productivo y la transformación
social
7.
Educar en, por y para la preservación de la vida en el planeta
8.
Educar en, por y para la libertad y una visión crítica del mundo
9.
Educar en, por y para la curiosidad y la investigación
1.
Educar con, por y para todas y todos
Una educación que nos incluya a todas y todos es el primer
consenso de la Consulta Nacional por la Calidad Educativa. Nuestra Constitución
establece que la educación media completa es parte de la educación obligatoria,
así que es nuestro deber (el de todas y todos) garantizar que sea una educación
con todas y todos, que nadie se nos quede afuera. Es inmensa la diferencia para
la vida de un o una adolescente y para la sociedad toda, que esté un joven o
una joven dentro o fuera de un liceo o de una escuela técnica. No se trata de garantizar
solamente el acceso a la educación media; es necesario desarrollar prácticas
educativas y condiciones para que él o la estudiante permanezcan y aprenda.
Una educación inclusiva no discrimina a ningún estudiante ni lo
etiqueta. A ninguno de nosotros o nosotras le puede ser indiferente que un
estudiante no asista a clase. La práctica solidaria y afectuosa requiere que
cada ausencia genere inmediatamente la pregunta: “¿Por qué no vino?”; que entre
estudiantes, docentes y familias ayudemos a poner al día a quien se enfermó, a
reconectarse con el liceo quien decayó en su interés, a buscar a quien “anda
perdido por ahí”. “Vamos por ellos y por ellas”. El liceo excluye cuando “no
enseña nada” o lo que enseña no tiene sentido o cuando la dejadez permite que
haya estudiantes sin clases o corriendo por el pasillo a la hora del laboratorio.
Esto nos obliga a que la educación tenga sentido para el joven y la joven, a buscar
activamente sus intereses y explorar en ellos y en ellas la curiosidad, la
necesidad de aprender que portan como condición humana.
Es para todas y todos, y eso exige atender más al que amenaza
con descolgarse, a la que no entendemos por qué está cada vez más
desinteresada. La escuela o el liceo excluyente parecen estar hechos para unos
pocos o pocas, para los y las que aprenden rápido, para los y las que están
familiarizados con la cultura escolar, para los y las que cuentan con apoyo
familiar para hacer las tareas. La paradoja es que precisamente los tildados y
las tildadas como los y las que “no sirven para estudiar”, los que prefieren
otras cosas y son más atraídos por la calle, son los que reclaman y ameritan
mayor atención y cuidado. Es por esto que la educación no es selectiva sino UN
DERECHO HUMANO.
Las y los estudiantes de primer año son de los más sensibles a
las posibilidades de exclusión. En ellos y ellas se combinan los retos y
traumas de la pubertad con el cambio de la escuela de una sola maestra o de un
solo maestro al liceo con varios profesores y profesoras (hasta el cambio de
denominación de maestro a profesor les afecta) y materias, de ser los más
grandes de la escuela a convertirse en los más pequeños del liceo. Esto los y
las convierte en fáciles blancos y por tanto requerimos de un esfuerzo por
integrarlos e protectores de los más pequeños
y las más pequeñas; este es uno de los sentidos de la recién estrenada figura del
preparador y la preparadora estudiantil. Reservamos el primer mes del primer
año a la atención a los nuevos y las nuevas estudiantes, a repasar
conocimientos de primaria, a conversar y conocer sus expectativas, levantar la
ficha familiar y conocer también a sus familias, a que conozcan a sus
profesores y profesoras, a que conformen grupos de estudio, a familiarizarse
con las características del liceo, es decir, a darles la bienvenida.
2.
Educar en, por y para la ciudadanía participativa y protagónica
Conforme a su Exposición de Motivos, nuestra Constitución
establece “… la consagración amplia del derecho a la participación en los
asuntos públicos de todos los ciudadanos y ciudadanas (…). Este derecho no
queda circunscrito al derecho al sufragio, ya que es entendido en un sentido
amplio, abarcando la participación en el proceso de formación, ejecución y
control de la gestión pública (…). Concebir la gestión pública como un proceso
en el cual se establece una comunicación fluida entre gobernantes y pueblo,
implica modificar la orientación de las relaciones entre el Estado y la
sociedad, para devolverle a esta última su legítimo protagonismo. Es
precisamente este principio consagrado como derecho, el que orienta el Capítulo
referido a los derechos políticos”. La democracia participativa y protagónica es
el corazón del nuevo ordenamiento político venezolano, que no solamente plantea
la participación como derecho sino también
como
deber. La conocida sentencia de Simón Rodríguez: formar republicanos para tener
República, se puede traducir hoy en formar una ciudadanía participativa y
protagónica para tener una auténtica democracia en la que el pueblo sea el
soberano. La participación, que es un componente indispensable de la ciudadanía
efectiva, se confronta con las prácticas instituidas durante años que reducen
la democracia al sufragio y dejan a los y las gobernantes electos y electas la
conducción de la sociedad, desprendiéndose de sus electores y electoras y
respondiendo a los intereses de las minorías que detentan el poder económico.
La construcción de ciudadanía tiene que ser asunto de todos los días y la
educación juega un papel crucial en este proceso de tránsito de la cultura de
la representatividad hacia la del protagonismo verdadero.
La participación no está libre de conflictos pues está
precisamente dirigida a hacer valer las voces de todas y todos y, por tanto, a
la confrontación de opiniones y de intereses. No es ejercida si no se expresan
los puntos de vista distintos y estos son escuchados. Requiere aceptar y
valorar la diferencia. Implica la confrontación de opiniones, formas de ver la
vida y entender los problemas. No todos o todas han tenido los mismos derechos
a participar históricamente. Las voces de los poderosos han tenido
tradicionalmente mucho más peso en las decisiones públicas que las voces de los
pobres, de los trabajadores y trabajadoras, de los campesinos y campesinas, de
los pueblos y comunidades indígenas, de quienes precisamente por ser oprimidos
y oprimidas han visto reducida su participación, y por no haber tenido participación
y poder han sido relegados política, social, económica y culturalmente. Pero
tener una voz que sea escuchada y que efectivamente incida en las decisiones públicas
es de lo que se trata la ciudadanía participativa y protagónica. De que las
decisiones no estén concentradas en unos pocos que, acostumbrados a imponer sus
decisiones, han diseñado y conocen las formas de incidir sobre la vida de los y
las demás. El proceso de que el pueblo gane su propia voz ha sido difícil y
conflictivo en la República Bolivariana de Venezuela, pero ha avanzado
significativamente. La organización es indispensable para la participación
colectiva, tanto como la creación de mecanismos y condiciones para que esta voz
se exprese y pueda generar proyectos, realizarlos y ejercer contraloría social.
Cuando quienes han permanecido relegados de las decisiones irrumpen con voz
propia, reivindican también sus formas de expresión, sus visiones de la vida,
sus tradiciones, sus formas de pensar. Y todos estos elementos se reconstruyen cuando
los relegados y relegadas empiezan a dejar de serlo.
Como todos los demás referentes éticos y procesos
indispensables, la educación en,
por
y para la ciudadanía participativa y protagónica debe expresarse en todos los
ámbitos
de
la vida del liceo o escuela técnica: en la toma de decisiones consensuadas y
consultadas,
en la definición del proyecto educativo integral comunitario, en las aulas, en
la
preparación de actividades comunes, en la organización de los diferentes grupos
que
integran
la comunidad educativa, en la formulación, ejecución y evaluación de proyectos.
Las
formas de participación en las escuelas técnicas y liceos deben multiplicarse
pues
todos
no están dispuestos o no les es posible participar de la misma manera. Unos o
unas
preferirán
integrarse a actividades deportivas, artísticas, ambientales o comunitarias;
otros
u
otras preferirán integrarse a las comisiones del Consejo Educativo, al
mantenimiento de
las
edificaciones o a la realización de actividades especiales como visitas a un
museo,
excursiones
o celebraciones. Por ejemplo, los grupos estables pueden incluir a las y los
estudiantes,
a sus familiares, personal administrativo, obrero, docentes y otros integrantes
de
la comunidad.
Es
de primordial importancia constituir los Consejos Estudiantiles y que estos
sean
vistos
en su tremendo valor de escenarios para aprender a participar participando. El
aula
tiene
que ser un espacio privilegiado de participación.
Que
las instituciones educativas sean espacios de formación de una ciudadanía participativa
y
protagónica, exige el desarrollo de una cultura de la participación, que a su
vez
implica
una identificación ética con la necesidad de que existan decisiones
compartidas,
la
práctica del diálogo permanente, la valoración de la diversidad humana y de la
pluralidad
de
perspectivas, la receptividad y la aceptación de los y las demás, la
multiplicación
de
los espacios y formas de participación, la naturalidad de los conflictos y el
cultivo de
formas
apropiadas de procesarlos y resolverlos.
Rosa
María Torres (2001), analizando distintas experiencias en América Latina,
constata
que
“(…) tradicionalmente la noción y la práctica de la participación en educación
han
sido
muy limitadas, persistiendo una fuerte delimitación de ámbitos, relaciones y
roles”, y
además
que “(…) la participación ciudadana entendida como toma de decisiones o control
es
más bien excepcional (…). La noción más extendida de participación es la que la
asocia
a
acceso, asistencia o uso del servicio educativo (…). Priman las comprensiones
instrumentales
(participar
como ejecutar o gestionar un plan o una acción definidos por terceros)
y
contributivas (participar como dar: dinero, trabajo, tiempo, respuestas
correctas, etc.) del
término.
A nivel de la institución escolar, predomina la participación nominal…” (ídem).
Nos
toca entonces repensar para transformar estas situaciones, entendiendo que se
trata
de un proceso con idas y venidas. Torres también nos plantea un conjunto de
condiciones
necesarias
para una participación efectiva y auténtica: empatía y credibilidad
básicas
(quienes participan requieren confiar en la honestidad de quien convoca a la
participación,
comprender y valorar el sentido y el impacto de su participación, y ver los
resultados);
información (para participar se requiere información básica de aquello que
es
tema u objeto de la participación, así como de los mecanismos y reglas del
juego de
dicha
participación); comunicación (la participación requiere diálogo, capacidad de
todos
y
todas para escuchar y aprender); condiciones, reglas y mecanismos claros (no
bastan
las
buenas intenciones, es indispensable asegurar las condiciones materiales,
institucionales,
de
tiempo y espacio para facilitar la participación); asociatividad (la
participación
debe
tener en cuenta y potenciar, antes que negar, la experiencia asociativa de las
personas
y
los grupos involucrados).
Sobre
la participación en el aula venezolana, Aurora Lacueva escribía hace ya
algún
tiempo:
La
vida en el aula de hoy prepara mucho más para la dictadura que para la
democracia.
No es solo en los momentos de regaños o sanciones que vemos
el
carácter dictatorial de nuestra escuela. Es el mundo todo de la actividad
escolar
el que enseña a ser pasivo, a obedecer sin más, a estar aislado esperando
órdenes.
Se trata de un mundo donde todo está ya dispuesto para
el
alumno: sus movimientos, la distribución de su tiempo, sus lecturas, sus
escritos.
Todo está señalado y cada alumno no tiene sino que seguir aquello
rígidamente
establecido. No tendrá oportunidad en sus años escolares de
aprender
a organizarse junto a otros, de aprender a planificar, a tomar decisiones,
a
asignarse actividades en el tiempo, a escoger labores, a plantear
intereses
(Lacueva, 1985).
Abrir
el aula a la participación es una tarea ardua, aunque contemos con montones
de
experiencias valiosas de participación en el aula y de aulas y escuelas
participativas.
La
educación en, por y para la ciudadanía participativa y protagónica exige que
todos
y
todas conversemos acerca de ella y vayamos llenándola de significado y de
práctica
real,
ser receptivos a la pregunta impertinente, preferir combinar el trabajo en
grupos y
la
reflexión individual más que el discurso del o la docente, generar e invitar al
debate
y
la curiosidad, diseñar para que las y los estudiantes propongan y dirijan
actividades y
proyectos,
aceptar que la educación no consiste en presentar y aprenderse respuestas
únicas,
sino en hacer que el aula crezca y se desborde en la actividad comunitaria y en
contacto
con otros paisajes y personajes más allá de la escuela.
3.
Educar en, por y para el amor a la Patria, la soberanía y la autodeterminación
Nuestra
Constitución, cuando abre un capítulo
sobre
los deberes, es muy concisa:
establece
solo seis artículos y el primero de ellos, el artículo 130, señala que: “Los venezolanos
y
venezolanas tienen el deber de honrar y defender la patria, sus símbolos y
valores
culturales; resguardar y proteger la soberanía, la nacionalidad, la integridad
territorial,
la
autodeterminación y los intereses de la nación”.
La
soberanía y la autodeterminación son principios que fundamentan la relación
entre
los
estados, conforme a la declaración fundacional de la Organización de las
Naciones
Unidas.
Estos principios, su historia y significado, así como la historia que hemos
recorrido
y
construido como pueblo para hacernos independientes, tienen que ser tema de
estudio
indispensable,
como lo señalaremos en la sección correspondiente. Pero cuando hablamos
de
la Patria y del amor a la Patria como referente ético y como práctica cotidiana
en
nuestras
escuelas, nos referimos a un asunto más amplio, que se sustenta en el
conocimiento
pero
no se restringe a él.
La
Patria para nosotros es la reivindicación de nosotros mismos y de nosotras
mismas,
en
nuestro paisaje y con nuestra historia y nuestra diversidad como pueblo. La
Patria
existe
en el orgullo de ser venezolanas y venezolanos, en la fuerza ética que nos
permite
pararnos
sobre nuestros propios pies, para abrirnos a la convivencia y la solidaridad
con
otros
pueblos y enfrentar a quienes han pretendido, pretenden o pretendan sojuzgarnos
o
dominarnos. Es este sentimiento de Patria el que se ha forjado en la lucha
contra los
conquistadores
que intentaron borrarnos en nuestra existencia como pueblo, con nuestra
relación
con esta tierra, con nuestras emociones, espiritualidad, formas de expresión,
referencias
y recuerdos.
Es
esta emoción patriótica la que encontramos en cada despertar de nuestro pueblo,
contra
el adormecimiento de la conciencia, la desmemoria y el cinismo egoísta al que
han
intentado condenarnos las minorías poderosas y desnacionalizadas, esas que han
intentado
subsumirnos en la imitación y la desvalorización de lo nuestro. La patria es la
conciencia
y la memoria e igualmente la que hay que reinventar todos los días para no
errar
en el camino de ser libres. Tiene sus símbolos vivos y cercanos a todo el
pueblo que
los
posee; no es un panteón de ídolos lejanos, de estatuas de piedra, sino de
memoria
viva
que honra a todos aquellos y todas aquellas que lo han dado todo por ella.
Tomando
dos fragmentos de una canción de Alí Primera, “la patria es el hombre” (es
nuestra
humanidad) y “la patria es una mujer”, porque nuestra patria es mujer, es la
República
Bolivariana
de Venezuela, con toda su ternura y capacidad de amar, con toda la firmeza
para
defender en lo que cree, como la mujer venezolana, como también los hombres.
El
discurso de la globalización neoliberal pretende ridiculizar el sentido
nacionalista,
el
sentido de Patria. Nuestra educación ha de cultivar el sentimiento patrio en
toda su
nobleza
y su dignidad.
Nuestro
patriotismo no es xenófobo, no discrimina al extranjero o a lo extranjero; se
siente
parte del mundo y en solidaridad con todo el género humano. Nuestro patriotismo
está
muy lejos del chauvinismo, esa no es la historia nuestra, la de los hijos e
hijas de
Bolívar,
para quien la Patria es América y se identificó siempre con lo grande, lo
hermoso,
lo
bueno.
En
todas las instituciones educativas, el amor a la Patria tiene que ser cosa de
todos
los días. Manifestarse en el lugar y el tiempo destacados para rendir
honor a los
símbolos
patrios, en el conocimiento y el afecto por lo venezolano y por las venezolanas
y
los venezolanos (no olvidemos que un estudiante de un liceo puede graduarse y
no
saber
quién era ese que le dio su nombre al plantel o subvalorar los bustos, imágenes
o
recordatorios
que existen en los centros educativos, y que a veces, lejos de ser honrados,
se
convierten en depósitos de basura). Pero también en el estudio permanente de lo
que
nos
enaltece y también de lo que nos deshonra, del conocimiento próximo de los lugares
que
nos hacen sentir orgullosos, de la cercanía con los hechos y los personajes que
han
demostrado con sus vidas lo que quiere decir pasión patria. No es
definitivamente
una
cuestión solo de las clases de historia; es forjar la ciudadanía de los que hoy
están
tomando
en sus manos y moldeando el destino de Venezuela.
Cabe
recordar aquí las palabras de Paulo Freire: Enseñar exige la corporización de
las
palabras
en el ejemplo, pues: “El profesor que realmente enseña (…) niega, por falsa, la
fórmula
farisaica, del ‘haga lo que mando y no lo que hago’. Quien piensa acertadamente
está
cansado de saber que las palabras a las que les falta la corporeidad del
ejemplo
poco
o casi nada valen” (Freire, 2010).
Parte
fundamental del tema ético de la soberanía es reivindicarnos a nosotros mismos
y
a nosotras mismas y fomentar el arraigo.
Los
conquistadores europeos llegaron a estas tierras expulsando a sus habitantes
de
sus espacios de vida, exterminándolos o condenándolos a vivir, a creer y a
pensar
como
el colonizador, intentando que se olvidaran de sí mismos. Los herederos inmediatos
de
la conquista continuaron con el despojo y sustrajeron de su tierra a decenas de
miles
de africanas y africanos para reducirlos a la condición de esclavos. La
República
secuestrada
por la oligarquía siguió tomando la tierra como posesión y empujando a
sus
gentes al desarraigo.
No
ha sido fácil la relación del pueblo venezolano con su tierra, expropiada de
múltiples
maneras.
Es una historia de menosprecio, maltratos y negaciones, de desprecio de
la
población mayoritaria por los grupos dominantes, que han parecido estar aquí de
paso,
apenas
buscando cómo apropiarse de lo que se pueda, “soportando el país”, con la
imaginación
y
las expectativas de vivir en otras tierras más “civilizadas”. “Esta historia
nos ha
dejado
el descreimiento de nosotros mismos con una menguada dignidad que disminuye
la
poca importancia que nos damos y que le damos al ámbito donde vivimos” (Esté,
2000).
Una
historia que, pese a los focos de resistencia y rebelión, ha dejado huellas
profundas
en
la forma en que nos vemos y nos entendemos a nosotros mismos. La huella del
colonizador
está presente en la subvaloración que hacemos de nuestras capacidades,
nuestras
formas de expresión y convivencia.
Reencontrarnos
con nosotros mismos, con nuestros acervos, nuestra formidable diversidad
humana
y nuestra tierra, es parte fundamental de la reconstrucción de nuestra
subjetividad
como
pueblo capaz de asumir nuestro propio destino, en diálogo con el mundo.
Esta
tarea tiene que formar parte de la cotidianidad del liceo y de la escuela
técnica.
Pasa,
en primer lugar, por la valoración de los protagonistas de la acción educativa,
tanto
de las y los docentes como de las y los estudiantes y sus familias, de
re-conocer y
re-valorar
sus circunstancias, sus cuentos, sus formas de hablar, las comunidades donde
viven.
De centrar nuestra atención en lo cercano, conocer nuestras plantas y nuestros
animales,
valorar nuestros problemas.
Y
el arraigo se desarrolla en la acción. No son solo cuentos o visitas, es
participación
efectiva
en la vida de la comunidad.
4.
Educar en, por y para el amor, el respeto
y
la afirmación de la condición humana
En
el mundo existen muchas formas de injusticias que derivan en exclusiones,
sufrimientos,
agresiones,
violencias, guerras y caos. La explotación de un ser humano por
otro
ser humano, la división social del trabajo con sus jerarquías implícitas, la
explotación
y
violencia hacia la mujer, la explotación y violencia hacia los niños y las
niñas,
mancillar
la dignidad de pueblos, religiones, sexo diversos, maltratos físicos y verbales
hacia
el o la diferente, la descalificación, estigmatización y ridiculización de
seres
humanos
fundamentado en estereotipos impuestos por el modelo social mercantilista
y
publicitario, de bonitos, feos, exitosos, fracasados, populares, no populares,
entre
tantos
estereotipos creados; en una sociedad así, se genera un “sálvese quien pueda”
que
difícilmente permite el respeto, el amor, la paz y la convivencia. Las
instituciones
educativas
no escapan a esta realidad de intolerancia social, individualismo y
competencia,
reforzada
por los medios de comunicación masivos a escala mundial, no siendo
fortuito
el aumento de la agresión y la violencia entre estudiantes e inclusive entre
los
adultos
y las adultas.
Las
instituciones educativas son espacios de referencia para la afirmación de la
condición
humana. Todos los educadores y todas las educadoras se encuentran día
a
día con personas en proceso de desarrollo y, por ende, de formación. Amar,
aprender,
crear,
descubrir, respetar, socializar, disfrutar, leer, escribir, estudiar, producir,
entre
otras,
son capacidades humanas. Nuestros y nuestras estudiantes son seres humanos,
por
lo que tienen el potencial creador del ser humano. Ningún docente debe dudar de
esta
condición y debe ser garante de crear las condiciones y propiciar, en el día a
día,
que
estas capacidades se descubran y se potencien.
Por
último, queremos resaltar que el amor y el respeto es posible en el proceso de
reconocimiento
de sí mismo y de sí misma y en la convivencia con los y las demás.
Humberto
Maturana (2001) reflexiona al referirse a lo que queremos de la educación:
Nos
interesa la educación de nuestros niños porque en definitiva queremos
que
sean felices. La felicidad está en la armonía del vivir con un sentido en el
respeto
por sí mismo y por el otro. Se trata de crear espacio para la felicidad,
para
la realización mutua, en el respeto y la colaboración. Esa deberá ser la tarea
más
importante de la educación: crear convivencia en la confianza, vivir los
valores,
y hablar de ellos cuando sea estrictamente necesario. ¿Qué pasa con
los
valores? Los valores no hay que enseñarlos, hay que vivirlos. Idealmente,
no
deberíamos hablar de valores, sino simplemente vivirlos y testimoniarlos.
De
los valores se habla cuando no se viven, cuando están ausentes, cuando
se
experimenta su violación. En el acto de respeto al otro, al niño, al joven de
nuestras
escuelas, se descubre que lo único que tienen es su propia historia,
una
historia que es preciso respetar y promover.
Para
lograr alcanzar una sociedad justa y amante de la paz, tenemos el reto de
construir
y formar una ciudadanía para la convivencia desde el hogar, desde la familia,
desde
la comunidad y desde la escuela a partir de un modelo educativo en, por y para
la
defensa y el desarrollo de la persona y el respeto a su dignidad; educar en,
por y para
el
amor, el respeto y la afirmación de la condición humana de todos y t odas.
5.
Educar en, por y para la interculturalidad y la valoración de la diversidad
Valorar
la diversidad inicia necesariamente por que cada estudiante valore su propia
existencia,
como
ser humano, como ser único y a la vez como parte de una familia, de una
comunidad
y de una cultura. La identidad y la intraculturalidad, es decir, reconocerse
tanto
individual
como colectivamente, da el arraigo y la dignidad que cada persona y cada pueblo
requieren
para relacionarse de manera intercultural y respetuosa con los otros y con las
otras.
Es
un referente ético que la escuela debe promover en su día a día; todos y todas
debemos
formar
parte de un proceso de conocimiento, reconocimiento y respeto por todo lo
diverso:
diversidad de género, de edades, cultural, religiosa, funcional, sexual;
diversidad
de
fisonomías, de pensamientos, inclinaciones, talentos, sentimientos.
La
verdadera convivencia parte del reconocimiento de la diversidad. Las escuelas
deben
convertirse
en referentes permanentes del respeto y práctica de esta convivencia. La armonía
y
la paz social, la justicia en la toma de decisiones y acciones, la mayoría de
las veces
están
relacionadas con este principio fundamental del respeto a la diversidad. La
pedagogía
del
amor y del ejemplo que debe prevalecer en las prácticas cotidianas en nuestros
liceos y
escuelas
técnicas, propiciará y promoverá el ejercicio de una convivencia en la
diversidad.
Por
otro lado, la interculturalidad, como principio en el sistema educativo, no es
exclusiva
para
el reconocimiento de nuestros pueblos indígenas y afrovenezolanos. Por lo
general,
se
relaciona este principio con los mismos. Cuando la CRBV establece el
reconocimiento
de
que somos una sociedad multiétnica y pluricultural, el principio de la
interculturalidad
aplica
en la práctica educativa en todos los planteles de todos los niveles y
modalidades
y
en todos los contextos del país. La República Bolivariana de Venezuela está
formada
por
culturas del mestizaje múltiple (andinos, orientales, centrales, costeños,
entre otros),
de
la afrovenezolanidad, de los pueblos indígenas, culturas urbanas, culturas del
campo,
personas
provenientes de todas partes del mundo y sus hijos e hijas (Italia, Portugal,
Siria,
China,
Grecia, Líbano, Cuba, Colombia, Perú, entre otros). Seres humanos con acervo
diverso
y con inmensos aportes culturales que constituyen hoy nuestra venezolanidad.
La
interculturalidad como principio de relación humana pasa por reconocerse de
igual a
igual,
sin culturas “superiores” o culturas “inferiores”. Intercambiar saberes,
conocimientos,
tecnologías,
formas organizativas, sin imposiciones ni dominación. ASÍ DEBE SER LA
ESCUELA.
Todos los liceos y escuelas técnicas deben ser espacios de interculturalidad y
valoración
de la diversidad, en los cuales los y las estudiantes encuentren inclusión,
justicia,
respeto
y reconocimiento como ser humano pleno y perteneciente a una familia, a una
comunidad
y a una cultura, y a su vez, se les inculque este respeto y reconocimiento de
los
otros y de las otras desde la práctica de la convivencia en diversidad.
6.
Educar en, por y para el trabajo productivo y la transformación social
Las
palabras del maestro Luis Beltrán Prieto, escritas en 1952, sirven para
introducir
el
tema:
(...)
La escuela debe encargarse de hacer esa iniciación en el trabajo socialmente
útil,
que ha de realizar el niño para su completo aprendizaje. Poner en
relación
al niño con la industria, o mejor incorporar a la escuela las nuevas
formas
sociales de trabajo es una necesidad de la nueva educación. No ha
de
pretender la escuela [formar] obreros capacitados para entregarlos a la
explotación,
sino educar al hombre para que pueda valerse en las diferentes
situaciones
que le plantea la vida. No puede ser función de la escuela, como
la
pretendía Kerchensteiner, hacer buenos artesanos y circunscribir el aprendizaje
de
las artes a las clases proletarias, ya que lo que se quiere es convertir
el
trabajo en un método de educación, por medio del cual los alumnos, cualquiera
que
sea su condición social, puedan participar en el proceso social de
la
producción para interpretarlo como fenómeno y para sentirlo como necesidad.
(…)
El trabajo así considerado tiene un sentido de totalidad. Ya no es el
trabajo
manual aislado, de proyecciones limitadas, sino un trabajo de amplia
colaboración
en el cual se suprime la competencia entre alumnos y en el que
predominan
el deseo de perfeccionamiento espiritual y de ayuda a los demás.
La
escuela, (…) está perdiendo su carácter individualista de competencia entre
los
que más saben y los que saben menos, entre los de fácil memorización
y
los tardos en memorizar una lección, para convertirse en una comunidad
donde
el trabajo unifica y solidariza, porque el esfuerzo en común crea lazos
de
compañerismo, que luego se prolongarán en la vida, para convertir a nuestro
mundo
estrecho de egoísmos en un mundo mejor, más humanizado, si no
más
humano. Organizada así la escuela sobre una base social, no podrá ser
considerada
como una grave falta el que unos niños ayuden a los otros, ni se
auspiciará
la cooperación clandestina y un tanto artificial. “Cuando se trata de
una
labor verdaderamente activa”, afirma Dewey, “ayudar a los demás en vez
de
ser una forma de caridad que humilla al que la recibe es simplemente un
auxilio
que libera energías y fomenta los impulsos del auxiliado”. El trabajo activo
del
alumno no puede ser ya una disciplina más dentro del programa escolar,
sino
el principio que norma toda la vida de la escuela. En vez de insertarse
en
el programa, el trabajo regula la labor docente, dando nacimiento al método
de
aprendizaje que es un método orgánico, totalizador de energía y de amplio
sentido
social (Prieto, 2005: 96-97).
Educar
en, por y para el trabajo productivo y la transformación social requiere
entonces,
como
proceso indispensable, garantizar una educación desde el trabajo, una
educación
que se centra en el trabajo en toda la práctica educativa, que no se reduce a
una
materia de estudio, sino que debe estar presente en todas las áreas de
formación
y
en las experiencias que se viven en nuestras instituciones educativas. Esto
permite
fortalecer
la soberanía económica del país, la independencia y soberanía nacional, el
desarrollo
humano integral, la seguridad y soberanía alimentaria y la protección del ambiente
tal
como lo establece el Art. 25 de la Ley Orgánica de Trabajo, los Trabajadores
y
las Trabajadoras (2012).
7.
Educar en, por y para la preservación de la vida en el planeta
El
quinto objetivo histórico del Plan de la Patria es preservar la vida en el
planeta y
salvar
la especie humana. Esto se traduce en la necesidad de construir un modelo
económico,
social
y formas de vida basadas en una relación armónica entre el ser humano y
la
naturaleza, respetando sus procesos y ciclos.
La
destrucción del planeta a manos de la voracidad de un sistema de producción y
consumo
que privilegia las ganancias y la mercantilización y que ha derivado en el
cambio
climático,
la contaminación de las fuentes de agua, la depredación de los recursos,
entre
otros fenómenos contemporáneos, dan cuenta de una situación global que pone
en
peligro la continuidad de la vida en el planeta y particularmente la
continuidad de la
especie
humana. La preservación de la vida y de la especie exige una nueva visión de
desarrollo
que cuestione esos modelos de producción y consumo, que considere la superación
de
las desigualdades, que plantee cambios económicos, sociales y culturales; en
caso
contrario se trataría de “una ecología superficial o aparente que consolida un
cierto
adormecimiento
y una alegre irresponsabilidad” (Papa Francisco, 2015).
Esta
necesidad de una visión integral para preservar la vida es ampliamente
aceptada.
La
Unesco, al definir Desarrollo sostenible señala que se trata de “… una visión
del desarrollo
que
abarca el respeto por todas las formas de vida —humana y no humana— (…),
al
mismo tiempo que integra preocupaciones como la reducción de la pobreza, la
igualdad
de
género, los derechos humanos, la educación para todos, la salud, la seguridad
humana
y
el diálogo intercultural” (Unesco, s/f). E igualmente apunta que el Decenio de
las Naciones
Unidas
de Educación para el Desarrollo Sostenible (2005-2014) “… tiene por objeto
integrar
los principios, valores y prácticas del Desarrollo sostenible en todos
los aspectos
de
la educación y el aprendizaje, con miras a abordar los problemas sociales,
económicos,
culturales
y ambientales a que nos enfrentamos en el siglo XXI” (Unesco, ibídem).
Otro
documento convergente, que citamos aquí por la utilidad que puede tener para la
discusión
y comprensión de una nueva óptica para la preservación de la vida en el
planeta,
es
la encíclica Laudato si: Sobre el cuidado de la casa común, escrita por
el papa
Francisco
y publicada por el Vaticano el 18 de junio de 2015. El papa Francisco destaca
en
este documento la importancia de observar la crisis económica, social y
ambiental, no
como
problemas separados, sino como uno solo, con dimensiones ambientales,
económicas,
políticas
y sociales. Se reproducen aquí algunas frases claves:
“Si alguien observara desde afuera la sociedad
planetaria, se asombraría ante semejante
comportamiento
que a veces parece suicida”.
“No
hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja
crisis
socio-ambiental”.
“…
la degradación ambiental y la degradación humana y ética están íntimamente
unidas”.
“Los
medios actuales permiten que nos comuniquemos y que compartamos conocimientos
y
afectos. Sin embargo, a veces también nos impiden tomar contacto
directo
con la angustia, con el temblor, con la alegría del otro y con la complejidad
de
su experiencia personal”.
“La
verdadera sabiduría, producto de la reflexión, del diálogo y del encuentro generoso
entre
las personas, no se consigue con una mera acumulación de datos que
termina
saturando”.
“La
humanidad está llamada a tomar conciencia de la necesidad de realizar cambios
de
estilos de vida, de producción y de consumo…”.
“Hemos
crecido pensando que éramos propietarios y dominadores de la tierra,
autorizados
a
expoliarla”.
“…
el ser humano se las arregla para alimentar todos los vicios autodestructivos:
intentando
no verlos, luchando para no reconocerlos, postergando las decisiones
importantes,
actuando como si nada ocurriera.
“Hay
demasiados intereses particulares y muy fácilmente el interés económico llega
a
prevalecer sobre el bien común…”.
“Nunca
hemos maltratado y lastimado nuestra casa común como en los últimos dos
siglos”.
“…
el modelo distributivo actual, donde una minoría se cree con el derecho de consumir
en
una proporción que sería imposible generalizar, porque el planeta no podría
ni
siquiera contener los residuos de semejante consumo”.
“Necesitamos
fortalecer la conciencia de que somos una sola familia humana”.
“…
el sistema industrial, al final del ciclo de producción y de consumo, no ha
desarrollado
la capacidad de absorber y reutilizar residuos y desechos (…). La
tierra,
nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de
porquería”.
“El
desafío urgente de proteger nuestra casa común incluye la preocupación de unir
a
toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral…”.
“Muchos
de aquellos que tienen más recursos y poder económico o político parecen
concentrarse
sobre todo en enmascarar los problemas o en ocultar los síntomas”.
“Este
mundo tiene una grave deuda social con los pobres que no tienen acceso al
agua
potable, porque eso es negarles el derecho a la vida […]. Mientras se deteriora
constantemente
la calidad del agua disponible, en algunos lugares avanza la
tendencia
a privatizar este recurso escaso, convertido en mercancía que se regula
por
las leyes del mercado”.
“…
la salud de las instituciones de una sociedad tiene consecuencias en el am60
biente
y en la calidad de vida humana: Cualquier menoscabo de la solidaridad y del
civismo
produce daños ambientales”.
“…
no suele haber conciencia clara de los problemas que afectan particularmente
a
los excluidos”.
“Porque
todas las criaturas están conectadas, cada una debe ser valorada con afecto
y
admiración, y todos los seres nos necesitamos unos a otros”.
“Cada
año desaparecen miles de especies vegetales y animales que ya no podremos
conocer,
que nuestros hijos ya no podrán ver, perdidas para siempre”.
“El
cambio climático es un problema global con graves dimensiones ambientales,
sociales,
económicas, distributivas y políticas, y plantea uno de los principales
desafíos
actuales
para la humanidad”.
“Las
actitudes que obstruyen los caminos de solución a la crisis ambiental, van de
la
negación
del problema a la indiferencia, la resignación cómoda o la confianza ciega
en
las soluciones técnicas. […] muchos esfuerzos para buscar soluciones concretas
a
la crisis ambiental suelen ser frustrados no solo por el rechazo de los
poderosos,
sino
también por la falta de interés de los demás”.
8.
Educar en, por y para la libertad y una visión crítica del mundo
Vivir
en libertad ha sido y es la mayor lucha de los seres humanos a lo largo de la
historia
de los pueblos. Mientras existan pueblos que se consideran superiores a otros,
para
esclavizarlos, subyugarlos, explotarlos y oprimirlos, será menester formar en,
por y
para
la libertad, tanto individual como colectiva. La República Bolivariana de
Venezuela es
soberana
y libre, gracias a las luchas emancipadoras de nuestros antepasados, quienes
sacrificaron
sus vidas por la libertad de los pueblos oprimidos. Por eso es indispensable
educar
en libertad, por la libertad y para la libertad. Los espacios escolares deben
ser prácticas
permanentes
de la vida en libertad, no refiriéndonos al libertinaje entendido como la
actitud
irrespetuosa de la ley, la ética, la moral o de quien abusa de su propia
libertad con
menoscabo
de la de los y las demás. Tal como lo establece el artículo 20 de la CRBV,
“toda
persona
tiene derecho al libre desenvolvimiento de su personalidad, sin más
limitaciones
que
las que derivan del derecho de las demás y del orden público y social”. Nos
referimos
entonces
al derecho de toda persona a vivir en libertad y en sociedad. A vivir en
comunidad,
con
respeto y convivencia con los y las demás.
En
este sentido, la formación con visión crítica del mundo es igualmente
indispensable
para
la vida en libertad, la conciencia de los procesos a escala local, regional,
nacional
e
internacional que permita una visión de conjunto de lo político, social,
económico, cultural
y
ambiental actuando desde lo local con visión global. Vivir en libertad es vivir
con
conciencia,
es defender la soberanía y la autodeterminación de los pueblos, es vivir con
conocimiento,
conciencia y convicción de que jamás permitiremos la explotación de seres
humanos
por otros seres humanos, es defender el equilibrio ecológico y luchar por la
dignidad
de los pueblos. Libertad es dignidad.
Educar
en, por y para la libertad y una visión crítica del mundo es un referente ético
y
un
proceso indispensable en el aula, en la escuela y en la comunidad, estimulando
los
porqués
de las cosas, más allá de lo memorístico y libresco, superando el conocimiento
impuesto
como verdad absoluta, promoviendo la discusión y el debate y respetando las
corrientes
del pensamiento, pero con sentido crítico y radical contra pensamientos discriminatorios,
de
desigualdad y de exclusión; como por ejemplo el racismo, que siendo una
corriente
del pensamiento atenta contra todo el derecho de libertad, igualdad e
inclusión.
9.
Educar en, por y para la curiosidad y la investigación
En
el artículo 14 de la LOE (2009), se establece claramente lo que es la educación
en
la
República Bolivariana de Venezuela. En el mismo se plantea como eje de la
didáctica,
la
investigación, la creatividad y la innovación, tomando en cuenta la diversidad
de
intereses
y necesidades de los y las estudiantes. Esto se fortalece en la bandera de la
PEDAGOGÍA
DEL AMOR, EL EJEMPLO Y LA CURIOSIDAD surgida del mandato popular.
Hoy,
se considera como un referente ético y proceso indispensable que rompe con la
educación
bancaria y opresora que tanto cuestionó el maestro Paulo Freire.
Siendo
el último referente ético y proceso indispensable que se está planteando para
la
formación
integral de nuestros y nuestras estudiantes, queremos resaltar que recoge un aspecto
fundamental
para el logro de los demás: la actitud. Nuestros Liceos Bolivarianos deben
estar
llenos de actitud investigativa, con motivación, entusiasmo por aprender,
indagar,
estudiar,
curiosear, disfrutar los nuevos conocimientos. Los educadores y las educadoras
deben
propiciar y crear condiciones, estrategias y espacios para la creación y la
innovación.
Las
escuelas forman parte de las comunidades (no son algo separado de ellas), por
lo
que
es necesario conocer, reconocer e indagar los contextos político, social,
económico,
geohistórico,
cultural y ambiental donde hacen vida la población estudiantil, sus familias y
los
trabajadores y las trabajadoras de la institución. Sensibilizarse y
comprometerse con
las
necesidades de la comunidad, con espíritu comunitario, con voluntad, compromiso
y
disposición
para la investigación y promoviendo la curiosidad, superando la educación en
la
cual se mutila esta (no invente, no sea inventor; quién te mandó a hacer eso,
cuándo no
tú,
eso no fue lo que pedí que hicieras; si eres preguntón, haz solo lo que estoy
pidiendo,
entre
otros).
Todos estos referentes éticos y procesos indispensables son una
invitación pedagógica
para otro liceo y otra escuela técnica. Un liceo que despierte
al ser humano
en toda su condición, no solo a estudiantes, sino a toda la
comunidad educativa,
docentes, obreros, obreras, secretarias, secretarios, familias,
voceros y voceras de
consejos comunales; juntos y juntas aprendiendo, estudiando,
organizando, conviviendo,
siendo corresponsables de la construcción de un mundo mejor
desde la
práctica educativa.__
FUENTE: MPPE PTC
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