miércoles, 23 de enero de 2019

LOS 9 REFERENTES ÉTICOS Y PROCESOS INDISPENSABLES

REFERENTES ÉTICOS Y PROCESOS INDISPENSABLES
La Constitución de la República Bolivariana de Venezuela afirma como valores superiores del Estado, determinantes de su ordenamiento jurídico y su actuación: la vida, la libertad, la justicia, la igualdad, la solidaridad, la democracia, la responsabilidad social y, en general, la preeminencia de los derechos humanos, la ética y el pluralismo político. Estos valores se traducen en fines esenciales: la defensa y el desarrollo de la persona y el respeto a su dignidad, el ejercicio democrático de la voluntad popular, la construcción de una sociedad justa y amante de la paz, la promoción de la prosperidad y el bienestar del pueblo. Tales valores y fines refieren a lo que somos, pero sobre todo a lo que queremos ser como sociedad; no en balde se plantean como procesos fundamentales para alcanzar estos fines a la educación y el trabajo.
Toca entonces a la educación la inmensa responsabilidad de construir y prefigurar la sociedad que queremos ser. Pero esa construcción colectiva no puede ser resultado de una mera prédica, pues “(…) somos en razón de nuestra historia y nuestros productos, pero especialmente del sentido colectivo que estos tienen para sus creadores. Es decir, somos en función de nuestras prácticas y del significado colectivo que ellas adquieren” (Portal y Aguado, 1991: 32). El cambio en nuestras maneras de vivir en común, la garantía de prácticas sociales de respeto, libertad, igualdad, justicia y convivencia, deben partir de la vivencia consciente de nuevas relaciones. No puede aprenderse a participar sino participando, a convivir sino conviviendo. Para prefigurar una sociedad justa y amante de la paz, necesitamos una escuela justa y amante de la paz en todas sus dimensiones: en la clase, los recesos, la organización, las rutinas, así como en las relaciones entre estudiantes y docentes, entre docentes, con el personal directivo, con las familias y la comunidad.


Este punto de vista es ampliamente compartido, como se desprende de la Consulta Nacional por la Calidad Educativa (2014), cuyo informe señala que: “(…) todos los sectores de la sociedad reconocen que la escuela pudiera ser un lugar agradable y tranquilo, donde los y las estudiantes se sientan cómodos y queridos, donde aprendan valores para la vida”, aunque como también recoge el informe: “las personas encuestadas señalan que muchas veces no es así”. La consulta indica el reconocimiento del esfuerzo de muchos y muchas docentes por hacer de la escuela una experiencia gratificante y formadora; sin embargo se plantea la preocupación de familias y consejos educativos ante la actitud pasiva e indiferente de muchas escuelas y docentes que parecen ignorar los problemas de las y los estudiantes, sus familias y su entorno. Las propuestas de la consulta coinciden en la necesidad de aprender desde la ternura, desde el ejemplo, desde la curiosidad, desde el amor; aprender desde la convivencia, la participación, el ejercicio de la ciudadanía, los derechos humanos, el diálogo, el respeto por la diferencia. Coinciden también en aprender a valorar el trabajo y la necesidad de que niños, niñas y jóvenes experimenten la actividad manual, el compromiso y la responsabilidad, así como en la necesidad de fomentar el amor a la patria y que las y los estudiantes puedan asumir como propias las virtudes republicanas.
Esta idea de “aprender desde (…)” apunta a que las y los estudiantes tengan en la escuela la oportunidad de estar inmersos en los principios y valores, a que tengan la oportunidad de experimentarlos, de vivirlos y reflexionar sobre ellos. Se trata más, por ejemplo, de vivir y aprender en un ambiente de respeto y aceptación mutua, que de dar una clase o impartir una lección sobre el respeto y la aceptación mutua. Dicho de otra manera, el tratamiento que se plantea en esta propuesta de transformación curricular es que los principios y referentes de vida sean integrados como experiencias indispensables que contribuyan a la construcción reflexiva de un sistema de valores asumido como guía para la acción en las diversas facetas de la vida.
Sobre los referentes éticos y procesos indispensables es necesario apuntar que:
1. Abarcan todos los aspectos de la vida del plantel, deben estar integrados a la organización y el funcionamiento, a la forma en que se trabajan las áreas, a las rutinas, a las actividades comunes y a las relaciones entre todos los que participan
en la vida escolar: docentes, directivos, estudiantes, trabajadores administrativos y
obreros, familias, comunidad.
2. Deben integrarse como dimensiones permanentes, prolongadas en el tiempo. No es que a veces seamos solidarios o que esta semana apreciaremos la diversidad humana, sino que la cultura escolar esté impregnada de práctica solidaria y de aprecio
3. Deben ser evaluados en el conjunto de los procesos escolares y las prácticas pedagógicas y no solo en el comportamiento de las y los estudiantes. El liceo y la escuela técnica (y en general todos los centros educativos de todos los niveles y modalidades) deben preguntarse continuamente si las actividades escolares son o no (o hasta qué punto son) coherentes con los referentes éticos y los procesos indispensables.
4. Tienen que ser objeto de reflexión de todos quienes participan en la vida escolar
y, por tanto, tienen que propiciarse las oportunidades para que individual y colectivamente todas y todos tengan la oportunidad de elaborar y compartir sus propias aproximaciones sobre estos referentes, ampliándolos e interpretándolos, para que puedan servir de guía ética efectiva para pensar y autoevaluar sus acciones.
5. Deben tener una traducción en cada área de formación, tanto en forma de recomendaciones metodológicas como en los contenidos. En este sentido son transversales a todo el currículo.
Para la selección de los referentes éticos y procesos indispensables, tomamos como base los principios constitucionales (la prefiguración de la sociedad que queremos ser), enfatizando los elementos educativos implícitos en ellos:
1. Educar con, por y para todas y todos
2. Educar en, por y para la ciudadanía participativa y protagónica
3. Educar en, por y para el amor a la Patria, la soberanía y la autodeterminación
4. Educar en, por y para el amor, el respeto y la afirmación de la condición humana
5. Educar en, por y para la interculturalidad y la valoración de la diversidad
6. Educar en, por y para el trabajo productivo y la transformación social
7. Educar en, por y para la preservación de la vida en el planeta
8. Educar en, por y para la libertad y una visión crítica del mundo
9. Educar en, por y para la curiosidad y la investigación
1. Educar con, por y para todas y todos
Una educación que nos incluya a todas y todos es el primer consenso de la Consulta Nacional por la Calidad Educativa. Nuestra Constitución establece que la educación media completa es parte de la educación obligatoria, así que es nuestro deber (el de todas y todos) garantizar que sea una educación con todas y todos, que nadie se nos quede afuera. Es inmensa la diferencia para la vida de un o una adolescente y para la sociedad toda, que esté un joven o una joven dentro o fuera de un liceo o de una escuela técnica. No se trata de garantizar solamente el acceso a la educación media; es necesario desarrollar prácticas educativas y condiciones para que él o la estudiante permanezcan y aprenda.
Una educación inclusiva no discrimina a ningún estudiante ni lo etiqueta. A ninguno de nosotros o nosotras le puede ser indiferente que un estudiante no asista a clase. La práctica solidaria y afectuosa requiere que cada ausencia genere inmediatamente la pregunta: “¿Por qué no vino?”; que entre estudiantes, docentes y familias ayudemos a poner al día a quien se enfermó, a reconectarse con el liceo quien decayó en su interés, a buscar a quien “anda perdido por ahí”. “Vamos por ellos y por ellas”. El liceo excluye cuando “no enseña nada” o lo que enseña no tiene sentido o cuando la dejadez permite que haya estudiantes sin clases o corriendo por el pasillo a la hora del laboratorio. Esto nos obliga a que la educación tenga sentido para el joven y la joven, a buscar activamente sus intereses y explorar en ellos y en ellas la curiosidad, la necesidad de aprender que portan como condición humana.
Es para todas y todos, y eso exige atender más al que amenaza con descolgarse, a la que no entendemos por qué está cada vez más desinteresada. La escuela o el liceo excluyente parecen estar hechos para unos pocos o pocas, para los y las que aprenden rápido, para los y las que están familiarizados con la cultura escolar, para los y las que cuentan con apoyo familiar para hacer las tareas. La paradoja es que precisamente los tildados y las tildadas como los y las que “no sirven para estudiar”, los que prefieren otras cosas y son más atraídos por la calle, son los que reclaman y ameritan mayor atención y cuidado. Es por esto que la educación no es selectiva sino UN DERECHO HUMANO.
Las y los estudiantes de primer año son de los más sensibles a las posibilidades de exclusión. En ellos y ellas se combinan los retos y traumas de la pubertad con el cambio de la escuela de una sola maestra o de un solo maestro al liceo con varios profesores y profesoras (hasta el cambio de denominación de maestro a profesor les afecta) y materias, de ser los más grandes de la escuela a convertirse en los más pequeños del liceo. Esto los y las convierte en fáciles blancos y por tanto requerimos de un esfuerzo por integrarlos e  protectores de los más pequeños y las más pequeñas; este es uno de los sentidos de la recién estrenada figura del preparador y la preparadora estudiantil. Reservamos el primer mes del primer año a la atención a los nuevos y las nuevas estudiantes, a repasar conocimientos de primaria, a conversar y conocer sus expectativas, levantar la ficha familiar y conocer también a sus familias, a que conozcan a sus profesores y profesoras, a que conformen grupos de estudio, a familiarizarse con las características del liceo, es decir, a darles la bienvenida.

2. Educar en, por y para la ciudadanía participativa y protagónica
Conforme a su Exposición de Motivos, nuestra Constitución establece “… la consagración amplia del derecho a la participación en los asuntos públicos de todos los ciudadanos y ciudadanas (…). Este derecho no queda circunscrito al derecho al sufragio, ya que es entendido en un sentido amplio, abarcando la participación en el proceso de formación, ejecución y control de la gestión pública (…). Concebir la gestión pública como un proceso en el cual se establece una comunicación fluida entre gobernantes y pueblo, implica modificar la orientación de las relaciones entre el Estado y la sociedad, para devolverle a esta última su legítimo protagonismo. Es precisamente este principio consagrado como derecho, el que orienta el Capítulo referido a los derechos políticos”. La democracia participativa y protagónica es el corazón del nuevo ordenamiento político venezolano, que no solamente plantea la participación como derecho sino también
como deber. La conocida sentencia de Simón Rodríguez: formar republicanos para tener República, se puede traducir hoy en formar una ciudadanía participativa y protagónica para tener una auténtica democracia en la que el pueblo sea el soberano. La participación, que es un componente indispensable de la ciudadanía efectiva, se confronta con las prácticas instituidas durante años que reducen la democracia al sufragio y dejan a los y las gobernantes electos y electas la conducción de la sociedad, desprendiéndose de sus electores y electoras y respondiendo a los intereses de las minorías que detentan el poder económico. La construcción de ciudadanía tiene que ser asunto de todos los días y la educación juega un papel crucial en este proceso de tránsito de la cultura de la representatividad hacia la del protagonismo verdadero.
La participación no está libre de conflictos pues está precisamente dirigida a hacer valer las voces de todas y todos y, por tanto, a la confrontación de opiniones y de intereses. No es ejercida si no se expresan los puntos de vista distintos y estos son escuchados. Requiere aceptar y valorar la diferencia. Implica la confrontación de opiniones, formas de ver la vida y entender los problemas. No todos o todas han tenido los mismos derechos a participar históricamente. Las voces de los poderosos han tenido tradicionalmente mucho más peso en las decisiones públicas que las voces de los pobres, de los trabajadores y trabajadoras, de los campesinos y campesinas, de los pueblos y comunidades indígenas, de quienes precisamente por ser oprimidos y oprimidas han visto reducida su participación, y por no haber tenido participación y poder han sido relegados política, social, económica y culturalmente. Pero tener una voz que sea escuchada y que efectivamente incida en las decisiones públicas es de lo que se trata la ciudadanía participativa y protagónica. De que las decisiones no estén concentradas en unos pocos que, acostumbrados a imponer sus decisiones, han diseñado y conocen las formas de incidir sobre la vida de los y las demás. El proceso de que el pueblo gane su propia voz ha sido difícil y conflictivo en la República Bolivariana de Venezuela, pero ha avanzado significativamente. La organización es indispensable para la participación colectiva, tanto como la creación de mecanismos y condiciones para que esta voz se exprese y pueda generar proyectos, realizarlos y ejercer contraloría social. Cuando quienes han permanecido relegados de las decisiones irrumpen con voz propia, reivindican también sus formas de expresión, sus visiones de la vida, sus tradiciones, sus formas de pensar. Y todos estos elementos se reconstruyen cuando los relegados y relegadas empiezan a dejar de serlo.
Como todos los demás referentes éticos y procesos indispensables, la educación en,
por y para la ciudadanía participativa y protagónica debe expresarse en todos los ámbitos
de la vida del liceo o escuela técnica: en la toma de decisiones consensuadas y
consultadas, en la definición del proyecto educativo integral comunitario, en las aulas, en
la preparación de actividades comunes, en la organización de los diferentes grupos que
integran la comunidad educativa, en la formulación, ejecución y evaluación de proyectos.
Las formas de participación en las escuelas técnicas y liceos deben multiplicarse pues
todos no están dispuestos o no les es posible participar de la misma manera. Unos o unas
preferirán integrarse a actividades deportivas, artísticas, ambientales o comunitarias; otros
u otras preferirán integrarse a las comisiones del Consejo Educativo, al mantenimiento de
las edificaciones o a la realización de actividades especiales como visitas a un museo,
excursiones o celebraciones. Por ejemplo, los grupos estables pueden incluir a las y los
estudiantes, a sus familiares, personal administrativo, obrero, docentes y otros integrantes
de la comunidad.
Es de primordial importancia constituir los Consejos Estudiantiles y que estos sean
vistos en su tremendo valor de escenarios para aprender a participar participando. El aula
tiene que ser un espacio privilegiado de participación.
Que las instituciones educativas sean espacios de formación de una ciudadanía participativa
y protagónica, exige el desarrollo de una cultura de la participación, que a su vez
implica una identificación ética con la necesidad de que existan decisiones compartidas,
la práctica del diálogo permanente, la valoración de la diversidad humana y de la pluralidad
de perspectivas, la receptividad y la aceptación de los y las demás, la multiplicación
de los espacios y formas de participación, la naturalidad de los conflictos y el cultivo de
formas apropiadas de procesarlos y resolverlos.
Rosa María Torres (2001), analizando distintas experiencias en América Latina, constata
que “(…) tradicionalmente la noción y la práctica de la participación en educación han
sido muy limitadas, persistiendo una fuerte delimitación de ámbitos, relaciones y roles”, y
además que “(…) la participación ciudadana entendida como toma de decisiones o control
es más bien excepcional (…). La noción más extendida de participación es la que la asocia
a acceso, asistencia o uso del servicio educativo (…). Priman las comprensiones instrumentales
(participar como ejecutar o gestionar un plan o una acción definidos por terceros)
y contributivas (participar como dar: dinero, trabajo, tiempo, respuestas correctas, etc.) del
término. A nivel de la institución escolar, predomina la participación nominal…” (ídem).
Nos toca entonces repensar para transformar estas situaciones, entendiendo que se
trata de un proceso con idas y venidas. Torres también nos plantea un conjunto de condiciones
necesarias para una participación efectiva y auténtica: empatía y credibilidad
básicas (quienes participan requieren confiar en la honestidad de quien convoca a la
participación, comprender y valorar el sentido y el impacto de su participación, y ver los
resultados); información (para participar se requiere información básica de aquello que
es tema u objeto de la participación, así como de los mecanismos y reglas del juego de
dicha participación); comunicación (la participación requiere diálogo, capacidad de todos
y todas para escuchar y aprender); condiciones, reglas y mecanismos claros (no bastan
las buenas intenciones, es indispensable asegurar las condiciones materiales, institucionales,
de tiempo y espacio para facilitar la participación); asociatividad (la participación
debe tener en cuenta y potenciar, antes que negar, la experiencia asociativa de las personas
y los grupos involucrados).
Sobre la participación en el aula venezolana, Aurora Lacueva escribía hace ya
algún tiempo:
La vida en el aula de hoy prepara mucho más para la dictadura que para la
democracia. No es solo en los momentos de regaños o sanciones que vemos
el carácter dictatorial de nuestra escuela. Es el mundo todo de la actividad
escolar el que enseña a ser pasivo, a obedecer sin más, a estar aislado esperando
órdenes. Se trata de un mundo donde todo está ya dispuesto para
el alumno: sus movimientos, la distribución de su tiempo, sus lecturas, sus
escritos. Todo está señalado y cada alumno no tiene sino que seguir aquello
rígidamente establecido. No tendrá oportunidad en sus años escolares de
aprender a organizarse junto a otros, de aprender a planificar, a tomar decisiones,
a asignarse actividades en el tiempo, a escoger labores, a plantear
intereses (Lacueva, 1985).
Abrir el aula a la participación es una tarea ardua, aunque contemos con montones
de experiencias valiosas de participación en el aula y de aulas y escuelas participativas.
La educación en, por y para la ciudadanía participativa y protagónica exige que todos
y todas conversemos acerca de ella y vayamos llenándola de significado y de práctica
real, ser receptivos a la pregunta impertinente, preferir combinar el trabajo en grupos y
la reflexión individual más que el discurso del o la docente, generar e invitar al debate
y la curiosidad, diseñar para que las y los estudiantes propongan y dirijan actividades y
proyectos, aceptar que la educación no consiste en presentar y aprenderse respuestas
únicas, sino en hacer que el aula crezca y se desborde en la actividad comunitaria y en
contacto con otros paisajes y personajes más allá de la escuela.

3. Educar en, por y para el amor a la Patria, la soberanía y la autodeterminación
Nuestra Constitución, cuando abre un capítulo 
sobre los deberes, es muy concisa:
establece solo seis artículos y el primero de ellos, el artículo 130, señala que: “Los venezolanos
y venezolanas tienen el deber de honrar y defender la patria, sus símbolos y
valores culturales; resguardar y proteger la soberanía, la nacionalidad, la integridad territorial,
la autodeterminación y los intereses de la nación”.
La soberanía y la autodeterminación son principios que fundamentan la relación entre
los estados, conforme a la declaración fundacional de la Organización de las Naciones
Unidas. Estos principios, su historia y significado, así como la historia que hemos recorrido
y construido como pueblo para hacernos independientes, tienen que ser tema de estudio
indispensable, como lo señalaremos en la sección correspondiente. Pero cuando hablamos
de la Patria y del amor a la Patria como referente ético y como práctica cotidiana en
nuestras escuelas, nos referimos a un asunto más amplio, que se sustenta en el conocimiento
pero no se restringe a él.
La Patria para nosotros es la reivindicación de nosotros mismos y de nosotras mismas,
en nuestro paisaje y con nuestra historia y nuestra diversidad como pueblo. La Patria
existe en el orgullo de ser venezolanas y venezolanos, en la fuerza ética que nos permite
pararnos sobre nuestros propios pies, para abrirnos a la convivencia y la solidaridad con
otros pueblos y enfrentar a quienes han pretendido, pretenden o pretendan sojuzgarnos
o dominarnos. Es este sentimiento de Patria el que se ha forjado en la lucha contra los
conquistadores que intentaron borrarnos en nuestra existencia como pueblo, con nuestra
relación con esta tierra, con nuestras emociones, espiritualidad, formas de expresión,
referencias y recuerdos.
Es esta emoción patriótica la que encontramos en cada despertar de nuestro pueblo,
contra el adormecimiento de la conciencia, la desmemoria y el cinismo egoísta al que
han intentado condenarnos las minorías poderosas y desnacionalizadas, esas que han
intentado subsumirnos en la imitación y la desvalorización de lo nuestro. La patria es la
conciencia y la memoria e igualmente la que hay que reinventar todos los días para no
errar en el camino de ser libres. Tiene sus símbolos vivos y cercanos a todo el pueblo que
los posee; no es un panteón de ídolos lejanos, de estatuas de piedra, sino de memoria
viva que honra a todos aquellos y todas aquellas que lo han dado todo por ella.
Tomando dos fragmentos de una canción de Alí Primera, “la patria es el hombre” (es
nuestra humanidad) y “la patria es una mujer”, porque nuestra patria es mujer, es la República
Bolivariana de Venezuela, con toda su ternura y capacidad de amar, con toda la firmeza
para defender en lo que cree, como la mujer venezolana, como también los hombres.
El discurso de la globalización neoliberal pretende ridiculizar el sentido nacionalista,
el sentido de Patria. Nuestra educación ha de cultivar el sentimiento patrio en toda su
nobleza y su dignidad.
Nuestro patriotismo no es xenófobo, no discrimina al extranjero o a lo extranjero; se
siente parte del mundo y en solidaridad con todo el género humano. Nuestro patriotismo
está muy lejos del chauvinismo, esa no es la historia nuestra, la de los hijos e hijas de
Bolívar, para quien la Patria es América y se identificó siempre con lo grande, lo hermoso,
lo bueno.
En todas las instituciones educativas, el amor a la Patria tiene que ser cosa de
todos los días. Manifestarse en el lugar y el tiempo destacados para rendir honor a los
símbolos patrios, en el conocimiento y el afecto por lo venezolano y por las venezolanas
y los venezolanos (no olvidemos que un estudiante de un liceo puede graduarse y no
saber quién era ese que le dio su nombre al plantel o subvalorar los bustos, imágenes o
recordatorios que existen en los centros educativos, y que a veces, lejos de ser honrados,
se convierten en depósitos de basura). Pero también en el estudio permanente de lo que
nos enaltece y también de lo que nos deshonra, del conocimiento próximo de los lugares
que nos hacen sentir orgullosos, de la cercanía con los hechos y los personajes que
han demostrado con sus vidas lo que quiere decir pasión patria. No es definitivamente
una cuestión solo de las clases de historia; es forjar la ciudadanía de los que hoy están
tomando en sus manos y moldeando el destino de Venezuela.
Cabe recordar aquí las palabras de Paulo Freire: Enseñar exige la corporización de las
palabras en el ejemplo, pues: “El profesor que realmente enseña (…) niega, por falsa, la
fórmula farisaica, del ‘haga lo que mando y no lo que hago’. Quien piensa acertadamente
está cansado de saber que las palabras a las que les falta la corporeidad del ejemplo
poco o casi nada valen” (Freire, 2010).
Parte fundamental del tema ético de la soberanía es reivindicarnos a nosotros mismos
y a nosotras mismas y fomentar el arraigo.
Los conquistadores europeos llegaron a estas tierras expulsando a sus habitantes
de sus espacios de vida, exterminándolos o condenándolos a vivir, a creer y a pensar
como el colonizador, intentando que se olvidaran de sí mismos. Los herederos inmediatos
de la conquista continuaron con el despojo y sustrajeron de su tierra a decenas de
miles de africanas y africanos para reducirlos a la condición de esclavos. La República
secuestrada por la oligarquía siguió tomando la tierra como posesión y empujando a
sus gentes al desarraigo.
No ha sido fácil la relación del pueblo venezolano con su tierra, expropiada de múltiples
maneras. Es una historia de menosprecio, maltratos y negaciones, de desprecio de
la población mayoritaria por los grupos dominantes, que han parecido estar aquí de paso,
apenas buscando cómo apropiarse de lo que se pueda, “soportando el país”, con la imaginación
y las expectativas de vivir en otras tierras más “civilizadas”. “Esta historia nos ha
dejado el descreimiento de nosotros mismos con una menguada dignidad que disminuye
la poca importancia que nos damos y que le damos al ámbito donde vivimos” (Esté, 2000).
Una historia que, pese a los focos de resistencia y rebelión, ha dejado huellas profundas
en la forma en que nos vemos y nos entendemos a nosotros mismos. La huella del
colonizador está presente en la subvaloración que hacemos de nuestras capacidades,
nuestras formas de expresión y convivencia.
Reencontrarnos con nosotros mismos, con nuestros acervos, nuestra formidable diversidad
humana y nuestra tierra, es parte fundamental de la reconstrucción de nuestra subjetividad
como pueblo capaz de asumir nuestro propio destino, en diálogo con el mundo.
Esta tarea tiene que formar parte de la cotidianidad del liceo y de la escuela técnica.
Pasa, en primer lugar, por la valoración de los protagonistas de la acción educativa,
tanto de las y los docentes como de las y los estudiantes y sus familias, de re-conocer y
re-valorar sus circunstancias, sus cuentos, sus formas de hablar, las comunidades donde
viven. De centrar nuestra atención en lo cercano, conocer nuestras plantas y nuestros
animales, valorar nuestros problemas.
Y el arraigo se desarrolla en la acción. No son solo cuentos o visitas, es participación
efectiva en la vida de la comunidad.
4. Educar en, por y para el amor, el respeto
y la afirmación de la condición humana
En el mundo existen muchas formas de injusticias que derivan en exclusiones, sufrimientos,
agresiones, violencias, guerras y caos. La explotación de un ser humano por
otro ser humano, la división social del trabajo con sus jerarquías implícitas, la explotación
y violencia hacia la mujer, la explotación y violencia hacia los niños y las niñas,
mancillar la dignidad de pueblos, religiones, sexo diversos, maltratos físicos y verbales
hacia el o la diferente, la descalificación, estigmatización y ridiculización de seres
humanos fundamentado en estereotipos impuestos por el modelo social mercantilista
y publicitario, de bonitos, feos, exitosos, fracasados, populares, no populares, entre
tantos estereotipos creados; en una sociedad así, se genera un “sálvese quien pueda”
que difícilmente permite el respeto, el amor, la paz y la convivencia. Las instituciones
educativas no escapan a esta realidad de intolerancia social, individualismo y competencia,
reforzada por los medios de comunicación masivos a escala mundial, no siendo
fortuito el aumento de la agresión y la violencia entre estudiantes e inclusive entre los
adultos y las adultas.
Las instituciones educativas son espacios de referencia para la afirmación de la
condición humana. Todos los educadores y todas las educadoras se encuentran día
a día con personas en proceso de desarrollo y, por ende, de formación. Amar, aprender,
crear, descubrir, respetar, socializar, disfrutar, leer, escribir, estudiar, producir, entre
otras, son capacidades humanas. Nuestros y nuestras estudiantes son seres humanos,
por lo que tienen el potencial creador del ser humano. Ningún docente debe dudar de
esta condición y debe ser garante de crear las condiciones y propiciar, en el día a día,
que estas capacidades se descubran y se potencien.
Por último, queremos resaltar que el amor y el respeto es posible en el proceso de
reconocimiento de sí mismo y de sí misma y en la convivencia con los y las demás.
Humberto Maturana (2001) reflexiona al referirse a lo que queremos de la educación:
Nos interesa la educación de nuestros niños porque en definitiva queremos
que sean felices. La felicidad está en la armonía del vivir con un sentido en el
respeto por sí mismo y por el otro. Se trata de crear espacio para la felicidad,
para la realización mutua, en el respeto y la colaboración. Esa deberá ser la tarea
más importante de la educación: crear convivencia en la confianza, vivir los
valores, y hablar de ellos cuando sea estrictamente necesario. ¿Qué pasa con
los valores? Los valores no hay que enseñarlos, hay que vivirlos. Idealmente,
no deberíamos hablar de valores, sino simplemente vivirlos y testimoniarlos.
De los valores se habla cuando no se viven, cuando están ausentes, cuando
se experimenta su violación. En el acto de respeto al otro, al niño, al joven de
nuestras escuelas, se descubre que lo único que tienen es su propia historia,
una historia que es preciso respetar y promover.
Para lograr alcanzar una sociedad justa y amante de la paz, tenemos el reto de
construir y formar una ciudadanía para la convivencia desde el hogar, desde la familia,
desde la comunidad y desde la escuela a partir de un modelo educativo en, por y para
la defensa y el desarrollo de la persona y el respeto a su dignidad; educar en, por y para
el amor, el respeto y la afirmación de la condición humana de todos y t odas.

5. Educar en, por y para la interculturalidad y la valoración de la diversidad
Valorar la diversidad inicia necesariamente por que cada estudiante valore su propia existencia,
como ser humano, como ser único y a la vez como parte de una familia, de una
comunidad y de una cultura. La identidad y la intraculturalidad, es decir, reconocerse tanto
individual como colectivamente, da el arraigo y la dignidad que cada persona y cada pueblo
requieren para relacionarse de manera intercultural y respetuosa con los otros y con las otras.
Es un referente ético que la escuela debe promover en su día a día; todos y todas debemos
formar parte de un proceso de conocimiento, reconocimiento y respeto por todo lo
diverso: diversidad de género, de edades, cultural, religiosa, funcional, sexual; diversidad
de fisonomías, de pensamientos, inclinaciones, talentos, sentimientos.
La verdadera convivencia parte del reconocimiento de la diversidad. Las escuelas deben
convertirse en referentes permanentes del respeto y práctica de esta convivencia. La armonía
y la paz social, la justicia en la toma de decisiones y acciones, la mayoría de las veces
están relacionadas con este principio fundamental del respeto a la diversidad. La pedagogía
del amor y del ejemplo que debe prevalecer en las prácticas cotidianas en nuestros liceos y
escuelas técnicas, propiciará y promoverá el ejercicio de una convivencia en la diversidad.
Por otro lado, la interculturalidad, como principio en el sistema educativo, no es exclusiva
para el reconocimiento de nuestros pueblos indígenas y afrovenezolanos. Por lo general,
se relaciona este principio con los mismos. Cuando la CRBV establece el reconocimiento
de que somos una sociedad multiétnica y pluricultural, el principio de la interculturalidad
aplica en la práctica educativa en todos los planteles de todos los niveles y modalidades
y en todos los contextos del país. La República Bolivariana de Venezuela está formada
por culturas del mestizaje múltiple (andinos, orientales, centrales, costeños, entre otros),
de la afrovenezolanidad, de los pueblos indígenas, culturas urbanas, culturas del campo,
personas provenientes de todas partes del mundo y sus hijos e hijas (Italia, Portugal, Siria,
China, Grecia, Líbano, Cuba, Colombia, Perú, entre otros). Seres humanos con acervo
diverso y con inmensos aportes culturales que constituyen hoy nuestra venezolanidad.
La interculturalidad como principio de relación humana pasa por reconocerse de igual a
igual, sin culturas “superiores” o culturas “inferiores”. Intercambiar saberes, conocimientos,
tecnologías, formas organizativas, sin imposiciones ni dominación. ASÍ DEBE SER LA
ESCUELA. Todos los liceos y escuelas técnicas deben ser espacios de interculturalidad y
valoración de la diversidad, en los cuales los y las estudiantes encuentren inclusión, justicia,
respeto y reconocimiento como ser humano pleno y perteneciente a una familia, a una
comunidad y a una cultura, y a su vez, se les inculque este respeto y reconocimiento de
los otros y de las otras desde la práctica de la convivencia en diversidad.

6. Educar en, por y para el trabajo productivo y la transformación social
Las palabras del maestro Luis Beltrán Prieto, escritas en 1952, sirven para introducir
el tema:
(...) La escuela debe encargarse de hacer esa iniciación en el trabajo socialmente
útil, que ha de realizar el niño para su completo aprendizaje. Poner en
relación al niño con la industria, o mejor incorporar a la escuela las nuevas
formas sociales de trabajo es una necesidad de la nueva educación. No ha
de pretender la escuela [formar] obreros capacitados para entregarlos a la
explotación, sino educar al hombre para que pueda valerse en las diferentes
situaciones que le plantea la vida. No puede ser función de la escuela, como
la pretendía Kerchensteiner, hacer buenos artesanos y circunscribir el aprendizaje
de las artes a las clases proletarias, ya que lo que se quiere es convertir
el trabajo en un método de educación, por medio del cual los alumnos, cualquiera
que sea su condición social, puedan participar en el proceso social de
la producción para interpretarlo como fenómeno y para sentirlo como necesidad.
(…) El trabajo así considerado tiene un sentido de totalidad. Ya no es el
trabajo manual aislado, de proyecciones limitadas, sino un trabajo de amplia
colaboración en el cual se suprime la competencia entre alumnos y en el que
predominan el deseo de perfeccionamiento espiritual y de ayuda a los demás.
La escuela, (…) está perdiendo su carácter individualista de competencia entre
los que más saben y los que saben menos, entre los de fácil memorización
y los tardos en memorizar una lección, para convertirse en una comunidad
donde el trabajo unifica y solidariza, porque el esfuerzo en común crea lazos
de compañerismo, que luego se prolongarán en la vida, para convertir a nuestro
mundo estrecho de egoísmos en un mundo mejor, más humanizado, si no
más humano. Organizada así la escuela sobre una base social, no podrá ser
considerada como una grave falta el que unos niños ayuden a los otros, ni se
auspiciará la cooperación clandestina y un tanto artificial. “Cuando se trata de
una labor verdaderamente activa”, afirma Dewey, “ayudar a los demás en vez
de ser una forma de caridad que humilla al que la recibe es simplemente un
auxilio que libera energías y fomenta los impulsos del auxiliado”. El trabajo activo
del alumno no puede ser ya una disciplina más dentro del programa escolar,
sino el principio que norma toda la vida de la escuela. En vez de insertarse
en el programa, el trabajo regula la labor docente, dando nacimiento al método
de aprendizaje que es un método orgánico, totalizador de energía y de amplio
sentido social (Prieto, 2005: 96-97).
Educar en, por y para el trabajo productivo y la transformación social requiere entonces,
como proceso indispensable, garantizar una educación desde el trabajo, una
educación que se centra en el trabajo en toda la práctica educativa, que no se reduce a
una materia de estudio, sino que debe estar presente en todas las áreas de formación
y en las experiencias que se viven en nuestras instituciones educativas. Esto permite
fortalecer la soberanía económica del país, la independencia y soberanía nacional, el
desarrollo humano integral, la seguridad y soberanía alimentaria y la protección del ambiente
tal como lo establece el Art. 25 de la Ley Orgánica de Trabajo, los Trabajadores
y las Trabajadoras (2012).

7. Educar en, por y para la preservación de la vida en el planeta
El quinto objetivo histórico del Plan de la Patria es preservar la vida en el planeta y
salvar la especie humana. Esto se traduce en la necesidad de construir un modelo económico,
social y formas de vida basadas en una relación armónica entre el ser humano y
la naturaleza, respetando sus procesos y ciclos.
La destrucción del planeta a manos de la voracidad de un sistema de producción y
consumo que privilegia las ganancias y la mercantilización y que ha derivado en el cambio
climático, la contaminación de las fuentes de agua, la depredación de los recursos,
entre otros fenómenos contemporáneos, dan cuenta de una situación global que pone
en peligro la continuidad de la vida en el planeta y particularmente la continuidad de la
especie humana. La preservación de la vida y de la especie exige una nueva visión de
desarrollo que cuestione esos modelos de producción y consumo, que considere la superación
de las desigualdades, que plantee cambios económicos, sociales y culturales; en
caso contrario se trataría de “una ecología superficial o aparente que consolida un cierto
adormecimiento y una alegre irresponsabilidad” (Papa Francisco, 2015).
Esta necesidad de una visión integral para preservar la vida es ampliamente aceptada.
La Unesco, al definir Desarrollo sostenible señala que se trata de “… una visión del desarrollo
que abarca el respeto por todas las formas de vida —humana y no humana— (…),
al mismo tiempo que integra preocupaciones como la reducción de la pobreza, la igualdad
de género, los derechos humanos, la educación para todos, la salud, la seguridad humana
y el diálogo intercultural” (Unesco, s/f). E igualmente apunta que el Decenio de las Naciones
Unidas de Educación para el Desarrollo Sostenible (2005-2014) “… tiene por objeto
integrar los principios, valores y prácticas del Desarrollo sostenible en todos los aspectos
de la educación y el aprendizaje, con miras a abordar los problemas sociales, económicos,
culturales y ambientales a que nos enfrentamos en el siglo XXI” (Unesco, ibídem).
Otro documento convergente, que citamos aquí por la utilidad que puede tener para la
discusión y comprensión de una nueva óptica para la preservación de la vida en el planeta,
es la encíclica Laudato si: Sobre el cuidado de la casa común, escrita por el papa
Francisco y publicada por el Vaticano el 18 de junio de 2015. El papa Francisco destaca
en este documento la importancia de observar la crisis económica, social y ambiental, no
como problemas separados, sino como uno solo, con dimensiones ambientales, económicas,
políticas y sociales. Se reproducen aquí algunas frases claves:
 “Si alguien observara desde afuera la sociedad planetaria, se asombraría ante semejante
comportamiento que a veces parece suicida”.
“No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja
crisis socio-ambiental”.
“… la degradación ambiental y la degradación humana y ética están íntimamente
unidas”.
“Los medios actuales permiten que nos comuniquemos y que compartamos conocimientos
y afectos. Sin embargo, a veces también nos impiden tomar contacto
directo con la angustia, con el temblor, con la alegría del otro y con la complejidad
de su experiencia personal”.
“La verdadera sabiduría, producto de la reflexión, del diálogo y del encuentro generoso
entre las personas, no se consigue con una mera acumulación de datos que
termina saturando”.
“La humanidad está llamada a tomar conciencia de la necesidad de realizar cambios
de estilos de vida, de producción y de consumo…”.
“Hemos crecido pensando que éramos propietarios y dominadores de la tierra, autorizados
a expoliarla”.
“… el ser humano se las arregla para alimentar todos los vicios autodestructivos:
intentando no verlos, luchando para no reconocerlos, postergando las decisiones
importantes, actuando como si nada ocurriera.
“Hay demasiados intereses particulares y muy fácilmente el interés económico llega
a prevalecer sobre el bien común…”.
“Nunca hemos maltratado y lastimado nuestra casa común como en los últimos dos
siglos”.
“… el modelo distributivo actual, donde una minoría se cree con el derecho de consumir
en una proporción que sería imposible generalizar, porque el planeta no podría
ni siquiera contener los residuos de semejante consumo”.
“Necesitamos fortalecer la conciencia de que somos una sola familia humana”.
“… el sistema industrial, al final del ciclo de producción y de consumo, no ha
desarrollado la capacidad de absorber y reutilizar residuos y desechos (…). La
tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de
porquería”.
“El desafío urgente de proteger nuestra casa común incluye la preocupación de unir
a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral…”.
“Muchos de aquellos que tienen más recursos y poder económico o político parecen
concentrarse sobre todo en enmascarar los problemas o en ocultar los síntomas”.
“Este mundo tiene una grave deuda social con los pobres que no tienen acceso al
agua potable, porque eso es negarles el derecho a la vida […]. Mientras se deteriora
constantemente la calidad del agua disponible, en algunos lugares avanza la
tendencia a privatizar este recurso escaso, convertido en mercancía que se regula
por las leyes del mercado”.
“… la salud de las instituciones de una sociedad tiene consecuencias en el am60
biente y en la calidad de vida humana: Cualquier menoscabo de la solidaridad y del
civismo produce daños ambientales”.
“… no suele haber conciencia clara de los problemas que afectan particularmente
a los excluidos”.
“Porque todas las criaturas están conectadas, cada una debe ser valorada con afecto
y admiración, y todos los seres nos necesitamos unos a otros”.
“Cada año desaparecen miles de especies vegetales y animales que ya no podremos
conocer, que nuestros hijos ya no podrán ver, perdidas para siempre”.
“El cambio climático es un problema global con graves dimensiones ambientales,
sociales, económicas, distributivas y políticas, y plantea uno de los principales desafíos
actuales para la humanidad”.
“Las actitudes que obstruyen los caminos de solución a la crisis ambiental, van de la
negación del problema a la indiferencia, la resignación cómoda o la confianza ciega
en las soluciones técnicas. […] muchos esfuerzos para buscar soluciones concretas
a la crisis ambiental suelen ser frustrados no solo por el rechazo de los poderosos,
sino también por la falta de interés de los demás”.

8. Educar en, por y para la libertad y una visión crítica del mundo
Vivir en libertad ha sido y es la mayor lucha de los seres humanos a lo largo de la
historia de los pueblos. Mientras existan pueblos que se consideran superiores a otros,
para esclavizarlos, subyugarlos, explotarlos y oprimirlos, será menester formar en, por y
para la libertad, tanto individual como colectiva. La República Bolivariana de Venezuela es
soberana y libre, gracias a las luchas emancipadoras de nuestros antepasados, quienes
sacrificaron sus vidas por la libertad de los pueblos oprimidos. Por eso es indispensable
educar en libertad, por la libertad y para la libertad. Los espacios escolares deben ser prácticas
permanentes de la vida en libertad, no refiriéndonos al libertinaje entendido como la
actitud irrespetuosa de la ley, la ética, la moral o de quien abusa de su propia libertad con
menoscabo de la de los y las demás. Tal como lo establece el artículo 20 de la CRBV, “toda
persona tiene derecho al libre desenvolvimiento de su personalidad, sin más limitaciones
que las que derivan del derecho de las demás y del orden público y social”. Nos referimos
entonces al derecho de toda persona a vivir en libertad y en sociedad. A vivir en comunidad,
con respeto y convivencia con los y las demás.
En este sentido, la formación con visión crítica del mundo es igualmente indispensable
para la vida en libertad, la conciencia de los procesos a escala local, regional, nacional
e internacional que permita una visión de conjunto de lo político, social, económico, cultural
y ambiental actuando desde lo local con visión global. Vivir en libertad es vivir con
conciencia, es defender la soberanía y la autodeterminación de los pueblos, es vivir con
conocimiento, conciencia y convicción de que jamás permitiremos la explotación de seres
humanos por otros seres humanos, es defender el equilibrio ecológico y luchar por la
dignidad de los pueblos. Libertad es dignidad.
Educar en, por y para la libertad y una visión crítica del mundo es un referente ético y
un proceso indispensable en el aula, en la escuela y en la comunidad, estimulando los
porqués de las cosas, más allá de lo memorístico y libresco, superando el conocimiento
impuesto como verdad absoluta, promoviendo la discusión y el debate y respetando las
corrientes del pensamiento, pero con sentido crítico y radical contra pensamientos discriminatorios,
de desigualdad y de exclusión; como por ejemplo el racismo, que siendo una
corriente del pensamiento atenta contra todo el derecho de libertad, igualdad e inclusión.

9. Educar en, por y para la curiosidad y la investigación
En el artículo 14 de la LOE (2009), se establece claramente lo que es la educación en
la República Bolivariana de Venezuela. En el mismo se plantea como eje de la didáctica,
la investigación, la creatividad y la innovación, tomando en cuenta la diversidad de
intereses y necesidades de los y las estudiantes. Esto se fortalece en la bandera de la
PEDAGOGÍA DEL AMOR, EL EJEMPLO Y LA CURIOSIDAD surgida del mandato popular.
Hoy, se considera como un referente ético y proceso indispensable que rompe con la
educación bancaria y opresora que tanto cuestionó el maestro Paulo Freire.
Siendo el último referente ético y proceso indispensable que se está planteando para la
formación integral de nuestros y nuestras estudiantes, queremos resaltar que recoge un aspecto
fundamental para el logro de los demás: la actitud. Nuestros Liceos Bolivarianos deben
estar llenos de actitud investigativa, con motivación, entusiasmo por aprender, indagar,
estudiar, curiosear, disfrutar los nuevos conocimientos. Los educadores y las educadoras
deben propiciar y crear condiciones, estrategias y espacios para la creación y la innovación.
Las escuelas forman parte de las comunidades (no son algo separado de ellas), por lo
que es necesario conocer, reconocer e indagar los contextos político, social, económico,
geohistórico, cultural y ambiental donde hacen vida la población estudiantil, sus familias y
los trabajadores y las trabajadoras de la institución. Sensibilizarse y comprometerse con
las necesidades de la comunidad, con espíritu comunitario, con voluntad, compromiso y
disposición para la investigación y promoviendo la curiosidad, superando la educación en
la cual se mutila esta (no invente, no sea inventor; quién te mandó a hacer eso, cuándo no
tú, eso no fue lo que pedí que hicieras; si eres preguntón, haz solo lo que estoy pidiendo,
entre otros).
Todos estos referentes éticos y procesos indispensables son una invitación pedagógica
para otro liceo y otra escuela técnica. Un liceo que despierte al ser humano
en toda su condición, no solo a estudiantes, sino a toda la comunidad educativa,
docentes, obreros, obreras, secretarias, secretarios, familias, voceros y voceras de
consejos comunales; juntos y juntas aprendiendo, estudiando, organizando, conviviendo,
siendo corresponsables de la construcción de un mundo mejor desde la
práctica educativa.__
FUENTE: MPPE PTC

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